No es casual que los sismos generen tanto temor y angustia entre muchos mexicanos, el haber crecido con ellos desde pequeños no hace mucha diferencia en nuestra reacción cuando la tierra comienza a moverse, en ese instante la angustia aparece, la incertidumbre es total, buscamos salir de nuestros edificios para protegernos, cuando lo natural debiera ser que buscáramos entrar en ellos para tener refugio, nos preguntamos cuánto durará y de dónde vendrá, lo que los ingenieros especialistas relacionan con la magnitud, la intensidad y el epicentro, términos que una vez que termina el temblor comenzamos a escuchar repetidamente en los medios de comunicación, en muchas ocasiones con poca precisión y confundiendo los significados de las palabras. Al final, dirigimos nuestra mirada hacia el edificio del que salimos huyendo para darnos cuenta que, la inmensa mayoría de las veces, aún sigue en pie, firme, estable y sin ningún daño que impida que volvamos a él para continuar con nuestra vida. Sin embargo, la experiencia nos ha dicho que no siempre sucede así, y por eso seguiremos siendo recelosos de la seguridad que nos aportan los edificios que habitamos.

Y es así como estamos nuevamente ante la conmemoración de una de las tragedias que más ha penetrado en el espíritu de los habitantes de la zona conurbada de la Ciudad de México, tragedia que se nos hizo presente de bulto, nuevamente, treinta y dos años después con sólo unas horas de diferencia después de haberla recordado. Los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017 pusieron a prueba nuestra entereza como ciudad y nos han marcado para muchas generaciones en el futuro.

En efecto, los edificios se pueden dañar y en casos extremos pueden caerse, esta fue una enseñanza que el sismo del 19 de septiembre de 1985 nos dejó y nuestra memoria colectiva nos lo recuerda cada vez que la tierra tiembla otra vez. El recordatorio es doloroso, ya que nos confronta con nuestras debilidades y reaccionamos contradictoriamente, señalamos por igual a las autoridades que a ingenieros y arquitectos, pero a la vez buscamos su apoyo y acompañamiento a través del auxilio que ofrecen las acciones del gobierno y sociedad civil; todo esto en medio de una incertidumbre que nuevamente no sabemos cómo aminorar.

Por eso es importante conmemorar lo que vivimos hace treinta y cinco años sin la dosis de angustia que imprimen los recordatorios que la misma naturaleza nos hace. La conmemoración debe servir como catarsis y toma de conciencia, es una oportunidad para recordar a los seres queridos que perdimos en esas tragedias, para darle sentido a su

pérdida y madurar nuestro dolor, para prepararnos mejor a vivir el siguiente sismo con mayor entereza.

El sismo de 1985 generó muchos cambios en la sociedad mexicana, dio origen a transformaciones importantes y a una evolución en lo social, lo político, lo financiero y, por supuesto, en lo científico y tecnológico. Desde entonces el conocimiento científico sobre el comportamiento de los edificios durante la ocurrencia de un sismo se ha desarrollado de manera importante, las teorías y técnicas empleadas por los ingenieros para aprovechar ese conocimiento se han ampliado y especializado significativamente, los materiales de construcción también se han transformado en términos de calidad, costo y accesibilidad, la planificación y diseño de los proyectos de ingeniería ya no sólo se ocupan de salvaguardar la vida de las personas, también permiten proteger su patrimonio y aportar mayor comodidad, tenemos infraestructura y edificaciones más seguras y rentables; sin embargo, no todo el trabajo se ha terminado, aún falta camino por recorrer antes de pensar que estamos listos para el siguiente sismo importante que afectará nuestra ciudad.

La prevención de desastres no sólo depende de lo que la ciencia y la tecnología puedan aportar, también necesita de una evolución social que converja en una ciudadanía mejor informada y participativa. De la misma manera que cada vez nos informamos mejor sobre el contenido de los alimentos que consumimos, también podríamos hacerlo sobre las características de seguridad estructural de los edificios que habitaremos, las cuales además variarán en función del mantenimiento y uso que se le dé al inmueble. En muchas ocasiones se realizan cambios en las viviendas, sin la asesoría de un profesional, que pueden afectar su seguridad estructural.

Afortunadamente, la sociedad mexicana está llena de buenos ingenieros a los que se les puede consultar y pedir consejo, los ingenieros son parte integral de nuestra sociedad, son padres, hijos, hermanos, tíos o abuelos de alguien a quien conocemos, y en la inmensa mayoría de los casos son personas honestas, trabajadoras y capaces, muy bien haríamos si antes de comprar o rentar el lugar donde viviremos con nuestra familia nos informamos y asesoramos. La información asequible y certera para la sociedad siempre será un buen negocio para todos.



Bernardo Gómez González, Luciano Roberto Fernández Sola
Comité Técnico de Seguridad Estructural
Colegio de Ingenieros Civiles de México

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